miércoles, 7 de diciembre de 2011

Abstracción en la escultura

A medida que avanzamos cronológicamente en el siglo XX encontramos una serie de cambios en las artes plásticas. Las formas se convierten en abstracción pura, como es el caso de Eduardo Chillida Juantegui  (San Sebastián 1924-2002).


El escultor Eduardo Chillida  es uno de los artistas españoles con mayor proyección internacional. Su obra, galardonada en innumerables ocasiones, expuesta en más de una veintena de los más importantes museos, presente en el paisaje urbano de las más bellas ciudades y objeto de reflexión de grandes pensadores, es un legado de referencia ineludible en el panorama artístico del siglo XX.
Chillida labra, forja, talla, esculpe, moldea, fragua para buscar no sólo la forma que surge entre sus manos sino el vacío que va quedando, eso que no vemos, o no vemos tan fácilmente. Materia, forma y espacio, eso es la escultura de Chillida.

Sus primeras obras recogen algunas de las orientaciones marcadas por la escultura contemporánea, especialmente la de Henry Moore, el escultor que ejerció en aquellos años mayor influencia; también muestran el interés del escultor vasco por la estatuaria griega arcaica. A partir de 1951, su evolución cambia de modo sustancial, aunque nunca olvidará el tratamiento del espacio, la masa y el volumen característico del escultor británico.
En la localidad guipuzcoana de Hernani comenzó a trabajar en la fragua de Manuel Illarramendi, quien le enseñó los seculares secretos del arte de la forja. Aquel mismo año, Chillida alumbró su primera escultura abstracta Llarik: una austera y primitiva estela en la que el hierro y la madera (materiales con fuertes connotaciones míticas dentro de la tradición y la cultura vascas) se integraban desmintiendo la vieja jerarquía entre «estatua» y «peana». Esta obra supuso un antes y un después en su trayectoria artística, no sólo por la elección de los materiales mencionados, sino, sobre todo, porque en ella se asentaban, aunque de modo todavía incipiente, conceptos constitutivos de su obra posterior como el espacio, la materia, el vacío o la escala.

A finales de la década empezó a experimentar con nuevos materiales y soportes. En 1959 realizó Abesti Gogora, su primera escultura en madera. Ese mismo año ejecutó también su primera obra en acero, Rumor de límites IV, y sus primeros aguafuertes. En 1963, junto con el historiador y crítico de arte Jacques Dupin, viajó a Grecia. De aquel periplo por tierras griegas nacerían, dos años después, sus primeros alabastros, como los de la serie Elogio de la luz, utilizando la técnica del vaciado, la misma que ya emplearon los grandes escultores de la Grecia clásica y el Renacimiento.
Asimismo, también utilizó el acero (uno de los materiales en los que trabajaba más a gusto) en la concreción de muchas de sus esculturas de los años 80 y 90, como el Monumento a los Fueros (Vitoria, 1980), Homenaje a Jorge Guillén (Valladolid, 1982), Homenaje a Rodríguez Sahagún (Madrid, 1993), Jaula de la libertad (Trier,1997), Diálogo-Tolerancia (Münster, 1997) o Berlín (con esta obra, situada frente a la nueva Cancillería de la capital alemana e inaugurada póstumamente en 2002, Chillida quiso simbolizar el espíritu conciliador de la nueva Alemania unificada).

Su obra se caracteriza por su introducción en los espacios abiertos, integrándose para formar parte de ellos. Así, sus esculturas salen de su encierro en los museos, «toman la calle» y se acercan a cualquier persona que lo desee. Por ejemplo: El peine de los vientos se abre al mar de San Sebastián; la Plaza de los Fueros de Vitoria hace desear al espectador introducirse en ella para desvelar sus misterios. Y así también Lo profundo es el aire, del Museo de Escultura Española del Siglo XVII, en Valladolid; su Puerta de la Libertad, del barrio gótico de Barcelona; y la que tal vez sea su obra más emblemática, Gure Aitaren Etxea, en Gernika. 

A lo largo de su vida, Chillida recogió infinidad de condecoraciones y de premios, además de participar en centenares de exposiciones alrededor del mundo entero. La Bienal de Venecia (1958), el premio Carnegie (1965) o el Rembrandt (1975). 
También le fueron otorgados el Príncipe de Asturias en 1987 y la Orden Imperial de Japón en 1991. Asimismo, recibió la distinción como Académico de Bellas Artes en Madrid, Boston y Nueva York, y la de convertirse en Doctor Honoris Causa por la Universidad de Alicante (1996). 

Ahora, gran parte de su obra, quizá las piezas más queridas por el autor, pueden disfrutarse en el Chillida Leku, un Museo a la medida de sus obras: al aire libre, en un paisaje privilegiado donde obra y medio se integran a la perfección, o dentro del recinto, donde las manos quieren tocar esas obras llenas de secretos y sorpresas, a través de las cuales se puede observar la realidad desde una nueva perspectiva.

Chillida, el escultor del espacio, el buscador del espacio, el pensador del espacio. Como antes que escultor y que cualquier otra cosa fue portero de fútbol, de la Real Sociedad, ahí, frente al campo, con la portería detrás, tuvo que enfrentarse a la realidad en tres dimensiones, y no en dos como solemos percibirla la mayoría. Cuando finalmente tuvo que dejarlo por una lesión, debió de haber quedado ya marcado para siempre por el sentido del espacio. Tanto, que tal vez por eso abandonó a la mitad la carrera de arquitectura, porque intuía ya entonces que a muchos arquitectos parecen importarles más las fachadas, los cerramientos… que lo que queda dentro, y él quería un oficio donde el espacio, lo contenido, fuera tan importante como lo continente.

Defendió la obra pública como mecanismo para garantizar un acceso a su obra en lugar de la realización de obras de arte en serie. Algunas de sus obras más conocidas no sólo se encuentran en espacios públicos, sino que forman parte intrínseca de él, como El Peine de los Vientos en San Sebastián. Otra de sus obras de ubicación pública y escala monumental es Elogio del Horizonte en Gijón.

En el año 1999, el Museo Guggenheim de Bilbao y ampliando la muestra que un año antes había ofrecido el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, celebró el 75º aniversario del escultor con una interesante retrospectiva en la que se presentaron más de 200 obras. Esta exposición ha sido, hasta el momento, la más importante que se le haya dedicado al artista.
Su obra no sólo puede concebirse como un sinfín de construcciones en el espacio, ya que éste es igualmente protagonista en sus trabajos. La abstracción de sus obras emana una grandeza espiritual difícilmente explicable en palabras. Sus esculturas parecen encarnar la bondad de la propia creación, en la que nunca falta la razón, el equilibrio, lo diferente, la pasión, la luz, la oscuridad, lo íntimo y lo universal, lo estático y lo dinámico, lo equitativo, lo asumible y lo inesperado. La obra de Chillida es un canto de esperanza para el milenio que ahora comienza.