miércoles, 7 de diciembre de 2011

Arte español del siglo XVIII

Francisco de Goya y Lucientes (Zaragoza 1746 -1828 Francia). Los grandes genios son siempre difíciles de encasillar. Habitualmente ellos marcan las pautas de un estilo concreto pero a veces, y es el caso de Goya, se desvinculan del estilo característico de su tiempo. Quizá la figura de Francisco de Goya sea más atrayente por lo que supone de ruptura. Su pintura no puede considerarse Neoclásica, aunque se sitúa entre finales del XVIII y principios del XIX.

Fue un pintor y grabador español. Su obra abarca la pintura de caballete y mural, el grabado y el dibujo. Se calcula que pintó más de quinientos cuadros de  todos los tamaños, una enorme cantidad de dibujos, grabados y litografías, sin repetirse jamás.

En todas estas facetas desarrolló un estilo que inaugura el Romanticismo. Anticipó con su arte los caminos para la modernidad, trazando las pautas del arte contemporáneo. Esta anticipación favoreció el triunfo de la estética impresionista; además, sus pinturas deformes constituyen un precedente del expresionismo pictórico. Trabajó con temas que anunciaban el surrealismo y se adelantó al Realismo al retratar las clases sociales más pobres. También fue un prerromántico por la arrebatada pasión de sus personajes.

Goya fue pintor de corte de los monarcas borbónicos y recibió muchos encargos de la burguesía y aristocracia, trabajos que alternó con obras en las que daba rienda suelta a su imaginación. Comenzó siendo un pintor inmerso en la corriente decorativa de un Barroco que iniciaba su proceso de descomposición. Ejecutó obras de un estilo próximo al rococó y sobrevivió al academicismo y al Neoclasicismo, creando un estilo propio y personal. El arte goyesco supone asimismo el comienzo de la pintura contemporánea, y se considera precursor de las vanguardias pictóricas del siglo XX.

Su pintura arranca en el Rococó y termina en el Romanticismo, pero él discurre por cauces a veces paralelos, a veces divergentes, pero siempre geniales y únicos. Empleó  procedimientos de composición neoclásica como la ordenación geométrica regular.  Agrupó las figuras conforme triángulos regulares, cuadrados, rectangulares, rombos, pirámides, etc.
Para que distingamos bien a los personajes en los retratos colectivos, los colocaba siguiendo líneas paralelas.  Pintó lo bello con exquisita delicadeza, pero supo también destacar en contrapartida, lo feo, lo terrible y monstruoso, que en determinados momentos desemboca en lo grotesco.

Goya es un pintor esencialmente colorista. Comenzó pintando cartones con colores opacos y terrosos y llegó a obras de composiciones limpias y llenas de luz. En los últimos años del siglo XVIII, comenzó a investigar los grises, pero demostró entusiasmo por los tonos rojizos y las coloraciones intensas. Al comienzo del nuevo siglo, el negro ganó terreno en su paleta; con él pintó parte de las composiciones de la Quinta del Sordo. En su última etapa, el negro llegó a ser parte integrante de sus retratos.

Su pincelada es ancha, casi una auténtica mancha. En algunos momentos utilizó la espátula e incluso los dedos.

Su primera etapa (1763 – 1781) transcurre desde su formación barroca en Zaragoza, un periodo en Roma y las enseñanzas de Francisco Bayeu. De este último  aprendió un dibujo deshecho, abocetado con un estilo suelto y  a jugar con la luz los brillos. La técnica de pincelada rápida en grandes masas abocetadas y de toques dinámicos se deja ver en la decoración pictórica de la bóveda del Coreto en la Basílica del Pilar, con el tema de la Adoración del Nombre de Dios por los Ángeles.
En 1774, Goya se trasladó a la corte, donde pintó los Cartones para la Real Fábrica de Tapices. Realizó una serie importante para la Real Manufactura en los que las escenas populares y de festejos muestran un gran colorido, cierta elegancia, gracia y delicadeza. El Quitasol (1777).

En su etapa de madurez (1781 – 1814), Goya empezó a trabajar como retratista para la corte. Sus retratos son fieles a la realidad y, en ellos, recoge además la realidad psicológica del personaje, detalles y hechos objetivos. Retrata a los monarcas y familiares con un gran parecido físico y, a la vez, demasiado humanos y casi decadentes. Pone más atención en los rostros que en los vestidos, en los que las pinceladas son meras manchas de color. Pintó personajes representativos de todas las clases sociales (igual que Velázquez), desde el rey hasta el más pobre vagabundo.
Además continuó pintando obras religiosas y cartones para tapices, que tratan temas costumbristas de la vida cotidiana y popular madrileña, como la gallina ciega.

En 1979 se publicó la serie de ochenta aguafuertes titulada Caprichos, en la que cada grabado incluye una leyenda que explica el contenido irónicamente. Estos  comentarios sociales en forma de grabados didácticos contenían observaciones sobre realidades de la vida pública. En estos aguardientes se censuran los vicios y errores humanos. Los temas aluden a las extravagancias y locuras de la sociedad de la época, el mundo de las brujas, los monstruos, la locura, la desgracia, etc. En los Caprichos reproduce una oscuridad negra y una luz blanca intensa, lo que crea fuertes contrastes y potencia los valores expresivos.

En 1798 el artista realiza la llamada Capilla Sixtina de Madrid para emular a la romana de Miguel Ángel: los frescos de San Antonio de la Florida, en los que representa al pueblo madrileño asistiendo a un milagro. Este mismo año firma también el excelente retrato de su amigo Jovellanos. El contacto con los reyes va en aumento hasta llegar a pintar La Familia de Carlos IV, en la que el genio de Goya ha sabido captar a la familia real tal y como era, sin adulaciones ni embellecimientos.

Goya fue testigo de los horrores de la era Napoleónica. Desde 1808 comenzó a trabajar en una serie de 82 aguardientes. Los desastres de la guerra fueron publicados en 1863. Imágenes de la guerra, sobre las matanzas civiles, mutilaciones y saqueos, con fondos nocturnos y un punto de vista bajo. En estas estampas contrasta la iluminación blanca con distintas intensidades de negro, lo que aumenta el dramatismo.  Cuadros de temática histórica con fragmentos de una realidad viva en la que el pueblo es el objeto del cuadro, no sus dirigentes.

De las últimas obras de Goya (1814 – 1828) podemos destacar dos de sus cuadros más emblemáticos de acontecimientos históricos: El 2 de Mayo de 1808 en Madrid, conocido también como La carga de los mamelucos en la Puerta del Sol de Madrid y el lienzo titulado Los fusilamientos del 3 de mayo en la montaña del Príncipe Pío de Madrid. Obras históricas donde no hay héroes. Durante la llamada guerra de la Independencia, Goya irá reuniendo un conjunto inigualado de estampas que reflejan en todo su absurdo horror la sañuda criminalidad de la contienda. Son los llamados Desastres de la guerra

Como Pintor de Cámara que es retrató a Fernando VII, quien, en último término, evitará que culmine el proceso incoado por la Inquisición contra el pintor por haber firmado láminas y grabados inmorales y por pintar la Maja Desnuda. A pesar de este gesto, la relación entre el monarca y el artista no es muy fluida; no se caen bien mutuamente. La Corte madrileña gusta de retratos detallistas y minuciosos que Goya no proporciona al utilizar una pincelada suelta y empastada. Esto provocará su sustitución como pintor de moda por el valenciano Vicente López.

Goya inicia un periodo de aislamiento y amargura con sucesivas enfermedades que le obligarán a recluirse en la Quinta del Sordo, finca en las afueras de Madrid en la que realizará su obra suprema: las Pinturas Negras, en las que recoge sus miedos, sus fantasmas, su locura.  Una serie de de catorce cuadros que Goya pintó entre 1819 y 1823 con la técnica de óleo al secco sobre la superficie de revoco de la pared de su vivienda. Se había quedado sordo, y esto le llevó a encerrarse en sí mismo y caer en un cierto pesimismo.
Las Pinturas Negras suponen posiblemente la obra cumbre de Goya, tanto por su modernidad como por la fuerza de su expresión. Muchas de las escenas de dichas pinturas son nocturnas, mostrando la ausencia de la luz. Así sucede en La romería de San Isidro, el Aquelarre o la Peregrinación del Santo Oficio, donde una tarde ya vencida hacia el ocaso y genera una sensación de pesimismo, de visión tremenda, de enigma y espacio irreal. La paleta de colores se reduce a ocres, dorados, tierras, grises y negros; con sólo algún blanco restallante en ropas para dar contraste y azul en los cielos y en algunas pinceladas sueltas de paisaje, donde concurre también algún verde, siempre con escasa presencia.

Su última época transcurre en Burdeos, a partir de 1824, donde retrató la gente y la vida sórdida y miserable de su entorno. Estos cuadros están pintados con una pincelada amplia y libre, suelta y abocetada, rápida y escueta, de claro matiz contemporáneo, como ocurre con el óleo La lechera de Burdeos (1827). Una obra que anuncia el Impresionismo.

Goya es el maestro de casi todos los pintores del siglo XIX. “Los románticos” aplauden su imaginación y su colorido. “Los realistas”, su preocupación por las clases más desfavorecidas. “Los impresionistas” valoran de él la pincelada libre, suelta y el que profundice en los personajes y diga lo que piensa de ellos mediante formas y colores.

En el siglo XX los expresionistas apoyan su despreocupación por las formas. Sin embargo, Goya careció prácticamente de discípulos. Ninguno de sus contemporáneos consiguió seguirle en su carrera hacia metas cada vez más novedosas e incomprensibles para los de su generación.

Para entender el alcance del Arte de Goya y para apreciar los principios que gobernaron su desarrollo y su tremenda versatilidad, es imprescindible entender que su labor cubrió un periodo de más de 60 años porque estuvo dibujando y pintando  hasta los 82 años.

Es uno de los escasos genios de la pintura de todos los tiempos. Sus restos mortales descansan desde 1919 bajo sus frescos de la madrileña ermita de San Antonio de la Florida, a pesar de que le falte la cabeza ya que parece que el propio artista la cedió a un médico para su estudio.