miércoles, 7 de diciembre de 2011

Impresionismo Clásico

Resulta difícil situar la obra de Edouard Manet (París 1832-1883), si es cierto que introdujo grandes novedades temáticas y técnicas en sus lienzos que le sitúan en el Impresionismo, todo su deseo fue triunfar en el Salón de París, el lugar oficial del momento, alejándose de los foros independientes. Quizá este debate proporcione mayor encanto a sus cuadros, al no saber con certeza dónde situarnos, si ante un realista reconocido o ante un impresionista por reconocer.

De todos los artistas de su tiempo, Manet era quizás el más contradictorio. Aunque se le consideraba un personaje controvertido y rebelde, se pasó casi toda su vida buscando la fama y la fortuna, y lo que quizás sea más importante, un pintor que ahora es aceptado como uno de los grandes, solía mostrarse inseguro de su dirección artística y profundamente herido por las críticas hacia su obra. Tuvo que esperar al final de su vida para conseguir el éxito que su talento merecía. Pese a que se le considera uno de los padres del Impresionismo, nunca fue un impresionista en el sentido estricto de la palabra. Por ejemplo, jamás expuso con el grupo y nunca dejó de acudir a los Salones oficiales, aunque le rechazaran.

Los Impresionistas hicieron propios la importancia que Manet daba a la luz, el intento de transmitir la sensación, los temas de la actualidad cotidiana, los colores claros y la arbitrariedad de la perspectiva. Y a diferencia de ellos, Manet no suprimió de su paleta el blanco, el negro y el gris. Su pincelada no se fragmentaba en pequeñas comas, practicaba con reticencias la pintura al aire libre y trabajó en el paisaje, aunque introduciendo figuras.
Se proponía mostrar la sensación en estado puro, lo que impresiona mediante los sentidos, la sensación inmediata que produce la plasmación de la luz, antes de que sea elaborada y corregida por el intelecto. Su pintura, sin claroscuros y sin relieves, está hecha a base de zonas de colores planos. No hay distinción entre la luz y la sombra al yuxtaponerse manchas tonales con manchas de color.

En su primera etapa se formó como pintor en el estudio de un académico, trabajando en el Louvre y a través de las obras de Tiziano, Velázquez y Goya. De los maestros contemporáneos le interesaba Courbet, en lo que respecta a pintar lo que se ve en su propio tiempo. En su obra queda reflejada la influencia de la pintura española, especialmente de Velázquez y Goya.
En los años sesenta, su pintura de tema español, tan de moda por entonces en Francia, fue bastante bien acogida y en 1861 el Salón aceptó por primera vez un cuadro suyo, El Guitarrista español.
Sus lienzos de esta etapa se orientan hacia la valoración del negro, exaltado por grises y colores claros, y temas españoles: Lola de Valencia (1862). También se observa el influjo de los grabados japoneses, de los que imita la aplicación plana del color, sin modelar. En obras como El Pífano (1866) se fusionan la influencia española y la japonesa. Su obra fue violentamente criticada.

En el Salón de lo Rechazados, expuso  entre otras obras, el que será sin duda, uno de sus cuadros más escandalosos, rechazado en el Salón de 1863 Desayuno sobre la hierba (1863).
Este cuadro obtuvo la repulsa unánime del público y la crítica. Sólo lo aceptaron y comprendieron sus compañeros, los jóvenes pintores del momento. Lo que escandalizó no fue el desnudo en sí, sino el modo de presentación con vestimentas modernas y un cuerpo femenino vulgar, lejos de la perfección.

Pero más escandalosa todavía fue la Olympia, pintada en 1863 pero no presentada al Salón hasta 1865, donde fue rechazada. Entre las razones por las que este cuadro iba a resultar chocante no son las menos importantes el hecho no sólo de que es una clara parodia de una obra renacentista, (la Venus de Urbino del Tiziano), sino también una flagrante descripción de los hábitos sexuales modernos. Ambas obras entusiasmaron a los pintores más jóvenes por lo que suponían de observación directa de la vida contemporánea, por su naturalidad y por su emancipación técnica. Manet se convirtió en el personaje principal del grupo que se reunía en el Café Guerbois, la cuna del Impresionismo. 

A partir de 1870, Manet, debido a la admiración  que sentían por el los jóvenes impresionistas, se acercó cada vez más a este movimiento. Así eliminó el claroscuro y los tonos intermedios, resolvió las relaciones de tonos con relaciones cromáticas y pintó al aire libre. A pesar de ello, y a diferencia de los impresionistas, no hizo de la pintura al aire libre el motivo  central de su obra.
Sus cuados presentan pinceladas libres y ricos colores. Aunque adoptó una técnica más vibrante y aclaró la paleta, no abandonó los colores contrastados.
En obras como Orillas del Sena en Argenteuil (1874), villa donde pasó un verano junto a  algunos impresionistas como Monet, revela el abandono de los colores oscuros y una pincelada más suelta, rasgos que lo aproximan aún más al impresionismo.

La culminación de su arte tiene lugar con su última obra, El Bar de Folies – Bergére (1881), cuadro de la vida parisina en el que aparece la figura de una mujer tras la barra del bar. Detrás de la camarera, un espejo nos muestra el interior del local  a ella misma atendiendo a un cliente. El espejo es un elemento que recuerda Las Meninas de Velazquez. En esta obra Manet luce una rica paleta y vibraciones lumínicas.

Ningún pintor del grupo impresionista ha sido tan discutido como Manet. Para algunos fue el pintor más puro que haya habido jamás, por completo indiferente ante los objetos que pintaba, salvo como excusas neutras para situar un contraste de líneas y sombras. Para otros, construyó simbólicos criptogramas en los que todo puede ser descifrado según una clave secreta, pero inteligible. 
Para algunos Manet fue el primer pintor genuinamente moderno, que liberó al arte de sus miméticas tareas. Para otros, fue el último gran pintor de los viejos maestros, demasiado enraizado en una multitud de referencias histórico-artísticas. Algunos creen todavía que fue un pintor de deficiente técnica, incapaz completamente de conseguir una coherencia espacial o compositiva. Otros piensan, por fin, que fueron precisamente estos defectos los que constituyeron su deliberada contribución a las drásticas y enormemente fructíferas transformaciones que introdujo en la estructura pictórica.