miércoles, 7 de diciembre de 2011

Arte Barroco español

Diego Rodríguez de Silva VELÁZQUEZ (Sevilla 1599 -1660 Madrid). Este ilustre pintor ha sido considerado como uno de los principales exponentes de toda la historia de la pintura española. Diego Velázquez fue el pintor Barroco Español más importante del grupo porque trató con igual excelencia todos los géneros: religiosos, mitológicos, retratos, históricos, paisajes, bodegones, etc. Además de ser indiscutiblemente uno de los mejores artistas de todos los tiempos.

Diego Velázquez, pintor del rey,  tuvo la vocación por la pintura desde niño. En Madrid conquistó el afecto de Felipe IV, y trabajó casi exclusivamente para él, instalado como un gran señor, y creando una maravillosa serie de retratos que le hicieron famoso. Poco a poco fue adquiriendo títulos nobiliarios hasta ser nombrado, un año antes de su muerte, Caballero de la Orden de Santiago, distinción nunca obtenida antes ni después por ningún pintor español. Dos viajes a Italia, en 1629 y 1648, le pusieron en contacto directo con el arte de este país, sobre todo con la pintura veneciana. Señorial y seguro de sí, desarrolló su arte según una curva evolutiva que se convirtió en una magnífica lección de pintura, y que va del realismo puro de su actividad primera, al aristocrático y elegante, y por último al realismo profundo de su plena madurez.

La obra de Velázquez evoluciona a lo largo de su carrera, desde el tenebrismo de su etapa Sevillana hasta su etapa final, con el desarrollo de la perspectiva aérea. Sus composiciones no poseen movimiento, pero la contemplación de las figuras exige cierta tensión. Contrapone personajes y situaciones distintas, lo que acaba produciendo un enorme dinamismo en el cuadro. No sólo representa la realidad, sino que reflexiona sobre ella y la reinterpreta. Pintaba sin dibujo previo, lo que le permitía una mayor libertad de trazos. Utilizaba el óleo con pinceladas que iban desde los trazos más finos a las manchas de efecto impresionista.
Etapa Sevillana (1617-1623). Su período de primera formación se caracteriza por el naturalismo, las composiciones sencillas y tenebristas en las que emplea una gama pobre de colores con predominio de tonos ocres y cobrizos llevados al lienzo con una pincelada prieta y lisa. Combina el bodegón con los personajes populares. De esta primera época son los bodegones con figuras tales como Vieja friendo huevos (1618) o El Aguador (1622), en el que además del tratamiento de la luz, sorprende el estudio psicológico del personaje, que muestra amargura pero también dignidad.
La pintura religiosa de esa época está representada por obras como su bella Inmaculada, nada idealizada y La Adoración de los Magos (1619). Esta pintura es diferente a todas las otras obras de tema religioso que pintó Velázquez. El tema de la epifanía, que el ocupa la parte central, está tratada con un estilo naturalista. El género retratístico  en Velázquez alcanza sus cotas máximas con la obra: Sor Jerónima de la Fuente (1620), en cuyo rostro se adivina el carácter fuerte pero humano de la religiosa.

Primera etapa Madrileña (1623-1629). Al ser nombrado pintor real realiza numerosos retratos al rey y a la corte, como es el Retrato de Felipe IV. A partir de entonces, su pintura abandona el tenebrismo inicial y aclara su paleta, sustituyendo los tonos cobrizos por otros rosados y blanquecinos.
Un ejemplo de este cambio es el lienzo Los Borrachos (1628), su primera obra mitológica, que el pintor trató de forma peculiar al mostrar a Dios Baco rodeado de personajes vulgares y callejeros.
Durante su primera estancia en Italia (1629-1631), entró en contacto con todos los grandes maestros de la pintura Italiana, lo que le hace valorar el desnudo y la perspectiva aérea. Pintó La túnica de José y La Fragua de Vulcano (1630), donde evidencia el interés por la anatomía clásica y por las proporciones de la figura humana. Destaca la iluminación del espacio y el análisis psicológico de los personajes.

A su vuelta a Madrid y hasta 1649 en que lleva a cabo su segundo viaje a Italia, Velázquez realizó obras de la más diversa índole. Para el Salón del Reino pintó algunos retratos ecuestres de La Familia Real y el magnífico lienzo La rendición de Breda (1634-1635), manifiesto de una ordenada composición, que agrupa sobre una profunda perspectiva a vencedores y vencidos con expresiones y actitudes variadas. Hay que destacar la técnica empleada para plasmar las calidades de los objetos, la composición espacial y el tratamiento del asunto.

Su segundo viaje a Italia (1649-1651) lo realiza en busca de cuadros para la colección real. En sus retratos, Velázquez reflejó su maestría para captar la psicología del retratado, al ser capaz de mostrar lo más profundo e íntimo de éste. Destacan el retrato ecuestre del Conde Duque de Olivares; la serie de bufones y enanos de los que el pintor, sin dejar de tratarlos con dignidad, no oculta sus deficiencias físicas o psíquicas; y los retratos de Juan Pareja y del Papa Inocencio X. Un encargo del propio Papa donde además de la maestría en el tratamiento de la luz destaca el estudio psicológico del personaje.
La Venus del espejo es el tema novedoso en la pintura española por el desnudo,  tratándose de uno de los desnudos femeninos más bellos de la historia de la pintura. El cuadro pudo ser pintado antes del segundo viaje de Velázquez a Italia (1649-1651) o en la misma Italia, desde donde sería enviado a España.

En 1651 regresa de nuevo a España. Es la etapa de la absoluta madurez y en ella alcanza el cenit de la vaporosidad. Entre las obras que realiza en esta última etapa de su vida, están las más importantes, sus dos obras cumbres:
Las Meninas y La Familia de Felipe IV (1656), donde se  autorretrata como pintor ennoblecido (lleva la cruz de Santiago) como artista y no como un mero artesano. En dicha obra supera el propio tema del retrato e implica a los personajes, al colocarlos en el lugar del pintor. A esta genial imaginación creadora hay que añadir el tratamiento de la luz. Esta obra maestra está considerada por "la Teología de la Pintura". La pincelada empleada por Velázquez no puede ser más suelta, trabajando cada uno de los detalles a base de pinceladas empastadas, que anticipan la pintura impresionista, llamando la atención la famosa Cruz de Santiago que exhibe en este cuadro, ya  que la obtendrá en 1659.
Las hilanderas (1657), en la que el elemento protagonista del lienzo es la luz que ilumina tenuemente el primer plano e intensamente el fondo de éste. En dicha obra consigue fundir el tema mitológico con la escena de género. La perspectiva aérea consigue la sensación de alejamiento. En él, Velázquez llega al máximo desarrollo de su pincelada impresionista. Este famoso cuadro ha sido considerado el antecesor del Futurismo, al intentar captar el movimiento de la rueca.