miércoles, 7 de diciembre de 2011

Escultor del Arte Neoclásico

Este artista es una buena demostración de cómo la genialidad supera todo tipo de dificultades. El italiano Antonio Canova (Possagno 1757-1822 Venecia) al quedar huérfano a muy corta edad, tuvo que colocarse en una cantera. Y allí, en contacto con la piedra, él mismo pudo descubrir que tenía unas dotes excepcionales para la escultura. En su adolescencia, fue capaz de esculpir obras en mármol de considerable tamaño y elevada calidad.

La escultura de Canova señala en Italia el tránsito del Barroco final al Clasicismo. Es un escultor de elevada técnica que imita los modelos de obras griegas conservados en su país.

Fue así como este hombre nacido en el Veneto acabaría por instalarse en Roma, donde el éxito acompañaría de forma creciente su producción que, iniciada dentro de los patrones del último barroco, derivaría hacia un estilo propio que puede considerarse el paradigma de la escultura neoclásica. Sus obras se inspiran directamente en los modelos de la antigüedad y su maestría en el trabajo del mármol queda bien patente a lo largo de su dilatada carrera, que lo llevó a ser considerado en su época el mejor escultor de toda Europa.

Como buen clásico, amó la juventud y sus representaciones son siempre de grupos de efebos y muchachas. Sus principales esculturas son dioses y mujeres de las que sólo conoció la belleza externa. Los temas tratados son preferentemente mitológicos: en (1787) Amor y Psique, (1757-1822) Las Tres Gracias y (1797-1801) Perseo.

Trabajó en Roma para los Papas, sus obras fueron solicitadas por los reyes y poderosos del continente, incluido Napoleón Bonaparte, y cultivó todo tipo de temas, desde el retrato hasta el sepulcro funerario, pasando por los de carácter mitológico, por los que sentía especial predilección.

El éxito artístico de Canova debe entenderse también desde la perspectiva de su peculiar forma de trabajar. Él, que había comenzado su carrera prácticamente como picapedrero, ponía en cada trabajo un afán de artesano que le llevaba a elaborar cada obra con una gran meticulosidad hasta que la pieza quedaba a su completa satisfacción. Una vez concluida la talla de la escultura, cuidando al máximo todos los detalles, Canova se esmeraba en su pulimento, hasta hacer que la superficie quedase absolutamente brillante. Buscaba con ello dejar en sus esculturas su peculiar idea de belleza, que siempre concibe de una forma idealizada, al modo griego.
Sus primeras obras venecianas, como Orfeo y Eurídice (1773) o Dédalo e Ícaro (1779), están impregnadas todavía del espíritu barroco que reinaba en la ciudad de la laguna. Cuando era ya un artista consagrado, se estableció en Roma (1781), donde definió el estilo que lo caracteriza, inspirado en la Antigüedad clásica y poderosamente influido por los principios teóricos de Winckelmann, Milizia y otros autores cuyas doctrinas se hallan en la base del nacimiento del estilo neoclásico.
En Roma, fue capaz de alimentar el fervor de las ideas que se desarrollaron en la segunda mitad del siglo XVIII a través de la labor de los primeros entusiastas, los amantes del mundo clásico.
Sus primeras obras del período romano, como Teseo y el Minotauro (1787), manifiestan ya la maestría técnica y la perfección en el acabado que le eran habituales. En vez de mostrar la lucha entre ambos, representa al héroe victorioso sentado sobre el cuerpo muerto del monstruo, contemplándolo serenamente.

También se le atribuyen las Monumentales Tumbas de Clemente XIII, Clemente XIV y María Cristina de Austria, en las que las figuras adoptan un profundo recogimiento. En la Tumba Papal de Clemente XIV la composición piramidal culmina en la figura entronizada del pontífice sobre el sarcófago flanqueado por unas afligidas Virtudes.
De hecho, todas sus obras fueron fruto de una larga elaboración, de una ejecución realizada con un detallismo casi artesanal. No fue Canova un escultor nato y de cincel fácil, sino que se forjó a través del estudio y el trabajo; mediante la práctica diaria del dibujo, por ejemplo, perfeccionó su plasmación del desnudo y superó las deficiencias de sus primeros estudios anatómicos.

El nombre de Canova se asocia esencialmente a esculturas de mármol de acabado y pulido perfecto, que encarnan la belleza ideal y son frías y distantes, libres de la expresión de cualquier sentimiento o turbación. Este escultor, que encarna de maravilla el gusto de su tiempo, plasmó la belleza natural en reposo, libre de cualquier movimiento espontáneo y con una monocromía y simplicidad que contrastan vivamente con la etapa precedente.
En esta línea se inscriben sus dos creaciones más conocidas: el retrato de la hermana de Napoleón, Paulina Borghese Bonaparte (1804-1808) y  Las tres Gracias creadas entre (1757-1822) que encarnan el desnudo femenino en toda su perfección, y en ellas el artista parece querer reflejar algo de su mundo interior.
Paulina Bonaparte está esculpida como una Venus, sobre un diván, con la elegancia y la ligereza características de Canova. Se encuentra en la Galería Borghese de Roma. Está relacionada con el cuadro de David de Madame Récamier.
Entre las muchas efigies oficiales que realizó es particularmente célebre el Napoleón desnudo, cabal ilustración de los ideales neoclásicos. Su fama como artista le abrió numerosas puertas y lo convirtió en un hombre enormemente influyente, a quien el Papado encomendó algunas misiones delicadas, como la recuperación de las obras de arte expoliadas por Napoleón.

La maestría de Canova en el tratamiento del mármol le permite representar el calor de los cuerpos, la vitalidad y el sentimiento, algo casi imposible de conseguir de un material en apariencia frío y alejado de la naturaleza viva, consiguiendo dotar de piel a sus esculturas.
Participó por encargo de Carlos IV en la decoración escultórica de la casita del labrador de Aranjuez, (Madrid). Sabemos todos que la belleza es algo subjetivo, pero Canova creía firmemente que él lograba hacerla inmortal en sus obras de mármol. Entendió la escultura como una sublimación de las formas de la naturaleza.